jueves, 19 de abril de 2012

El Abuelo Vicent I

Esta mañana he hablado con el Sr. Vicente. El abuelo “Vicent” que es como le conocen en el lugar. El abuelo Vicent ya es muy mayor pero a pesar de todo tiene unos recuerdos lucidos, precisos. A sus 80, y muchos años es todo un honor hablar con el, y esta mañana me explicaba, y me convencía que no hay que asustarse, que no hay que parar nunca. Que las cosas vienen, y van, y pasan. Nunca se quedan, que a veces el sufrimiento es difícil de llevar pero siempre hay alguna alegría que por momentos te hace olvidar la dureza de la vida, y te la hace más llevadera. Me contaba que sus primeros recuerdos de niño era el ruido de la “Pava”. La pava era como le llamaban a los bombarderos “Junker Alemanes” y que el escuchaba cada día pasar por encima de su cabeza para bombardear Por la zona de Valencia. Recuerda de manera imprecisa por que era muy pequeño que vivía en el campo, entre huertos de naranjos, y que alguna vez se tuvieron que esconder en la escalera de caracol de un pozo de riego para refugiarse de los bombardeos. También recuerda cuando volvió a su casa, Una casa que apenas conocía por el tiempo que estuvo deambulando por casitas de campo. Casitas donde guardaban los aperos sin ningún tipo de comodidad. Claro esta que el siempre dice que entonces fue mas fácil acostumbrarse, por que en casa también se guisaba con leña, y ni de lejos había las comodidades que hay ahora.

Recuerda que la parte sur de su pueblo por donde entro al acabar aquella guerra, que él tacha de guerra de locos, estaba llena de escombros, No sabe precisar si eran de casas caídas. Pero recuerda perfectamente que las casas estaban todas atravesadas por agujeros que pasaban de una a otra, y que los soldados habían hecho para entrar en el pueblo sin ser vistos, o quizás para refugiarse del fuego enemigo. Otra palabra absurda. Según el Abuelo Vicent. ¿Enemigo de quien? ¿Enemigo el Vecino? Hay cosas que confiesa que ni siquiera aun hoy, después de tantos años y con su edad, llega a comprender.

Cuando llego a una casa que le dijeron era la suya, fue todo un descubrimiento, no la conocía, o no se acordaba. Me contaba que lo que mas le intrigo fue subir las escaleras por que del campo, de donde venían, las casitas de aperos eran todas de planta baja. La cocina, el establo, el patio, y un granero encima hecho para guardar las hortalizas que podían, para pasar el invierno. Todo era nuevo para el. Recuerda a su madre llorar y a su padre triste. En la casa apenas quedaba nada, la habían saqueado. Apenas unas sillas y prendas de ropa hechas jirones, junto con excrementos, y otros desechos, se encontraban por toda la casa. Parece ser que allí unos soldados tuvieron su “cuartel” durante un tiempo. Arriba en el granero se encontró algunas balas, junto con una careta antigas. También había un machete, que su padre le llamo bayoneta, y un bidón pequeño. De los que llevaban en zurrón el ejército alemán para guardar la munición. Todo este pequeño tesoro del horror, aun asegura el abuelo Vicent, que esta guardado por su casa en algún sitio.

El tiempo fue pasando y fue duro, Después de unos días de ordenar la casa, limpiar, y recoger algunos muebles, que familiares y amigos les daban, se instalaron en casa. Siendo un niño recuerda que iba cada día a un huerto propiedad de su padre a ayudar las tareas del campo se comía de lo que se sembraba, no había mas, el pan era de maíz y parecía de serrín. No paso mucho que se reanudaron las clases, y su padre le obligo ir a la escuela. También fue duro por que compaginaba la escuela, con el trabajo en el campo, y apenas supo leer y escribir, su padre se hizo con un carro y tres caballos y pronto se vio abocado a la carretera, Con trece años, el abuelo Vicent. Entonces el niño Vicent. Marchaba cargado de naranjas a más de cien kilómetros de su pueblo. Imaginaros eran tres jornadas o más de viaje, de ida. Y otras tres de vuelta, haciendo noche en las hospederías del camino. Me comentaba que en ese tiempo vio de todo salía al amanecer con dos caballos de enganche, y uno de refresco detrás, que solo enganchaba en las cuestas cuando había que tirar de verdad. Con muy poca luz aun, a veces veía que los caballos resoplaban y se escoraban a un lado del camino. Era una muestra evidente que en la cuneta había alguien. Pero no era alguien vivo. Era alguien que apenas hacia unas horas que habían ajusticiado y lo habían dejado en la cuneta. A veces era uno. Otras más. Hasta 7 llego a ver. Eran los restos de una guerra estúpida, y que alguien se empeño en crear vencedores y vencidos, cuando realmente perdimos todos creando odio entre hermanos. Una estupidez que ahora algunos se empeñan en defender de nuevo, Clasificando muertos. Algunos aun se encuentran en las cunetas donde el abuelo Vicent los vio, mientras que otros. Sus nombres figuran aun en alguna placa a la puerta de alguna iglesia. Que tendrán que ver si son muertos. Es que nunca vamos aprender.

Aquello duro algún tiempo, a veces cuando bajaba procuraba no hacerlo nunca de vacío. Traía cáscara de almendra, cañas, y siempre que podía, metía harina o aceite escondido. Era tiempo de “estraperlo” Muchas fueron las veces que me pararon, contaba…

Al principio soldados, luego la guardia civil. Nunca tuve problemas, nunca me registraron. Aun que si que vi dar alguna paliza a hombres hechos y derechos por llevar un “pellejo” de aceite en la bicicleta. Después de darle una paliza allí misma donde se ensañaban, se lo llevaban al cuartelillo. No pensaban que podía tener una mujer y unos hijos esperándole, y quizás con aquella acción no solo les quitaba el sustento, si no también el padre a unos hijos, y el marido a una mujer. Pero era igual era enemigo de la patria ¿de que patria? Yo como era un niño de catorce años resultaba gracioso y a veces hasta bromeaban conmigo. Yo me hacia el tonto y les dejaba que se burlaran de mi. Lo importante era que no metieran la mano entre las cañas que llevaba en el carro.

Conforme se fueron normalizando las cosas, seguía el Abuelo Vicent, se acabo el transporte. Mi padre logro vender dos caballos para tareas agrícolas, y solo nos quedamos con uno. Con este me dedicaba a labrar campos, y demás tareas propias de la agricultura. Era habitual en aquellas fechas, encontrar algún proyectil en el campo labrando, y lo vendía. Así es, que viendo que ahí podía sacar dinero, junto con un amigo mió, ya fallecido, en cuanto podíamos nos íbamos a las trincheras a buscar balas. La verdad es que se pagaban bien y si encontrabas algún nido de ametralladoras con el latón que había en el suelo, en diez minutos te habías sacado un sobresueldo. Lo malo de este tema es que había trincheras donde no se había vuelto desde la guerra y a veces te encontrabas con algún cadáver. Bueno o lo que quedaba de el. Otras veces veías montones de piedras donde los mismos compañeros habían enterrado a sus muertos antes de marcharse, incluso una vez vimos en medio de la montaña una señora muy arreglada, de capital, que andaba con dos personas contratadas, desenterrando restos, y una tercera persona miraba la dentadura. Era el dentista de su hijo, el cual jamás apareció después de la contienda, y que la señora, como toda madre buscaba con desesperación sin saber siquiera si estaba allí, aun que según nos contó por allí andaba la ultima vez que supo de el. Fueron días muy duros pero la cartilla de racionamiento daba para poco y había que sacar de donde fuera. Poco alimentados nos tocaba trabajar de sol a sol. Es lo que me toco vivir, concluia el abuelo Vicent

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